y volar...

De repente, crecieron los suspiros y desarrolló su síndrome de depencencia a raudales cuando con un abrazo era incapaz de despegarse de su pecho. Por más que lo intentase, sus manos se negaban por completo a dejarle ir y su olor se había convertido de súbito en una droga insaciable. Parecía que cada vez que lo respiraba a menos de un centrímetro de distancia podia elevarse de las sábanas como aquel que, con polvo de hadas y extendiendo los brazos, empezaba a levitar, volando como Peter Pan. Lo mejor es que esta vez no era ninguna historieta de su imaginación ni palabrería barata: existía de verdad alguien que la hacia volar.

Lía Neztel

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